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Jesús descansó

Por Juan José Barreda Toscano

Marcos 1, en los versículos 34 y 35

Cansado del largo día, agradeció al cielo que escondiera al sol en su regazo. La oscuridad era su amiga íntima a pesar de las calumnias que contra ella levantaban las religiones. Se recostó bajo un solitario arbusto solitario este también por divina voluntad. Sin luna ni estrellas, las tinieblas perfectas lo acompañaron camino a sí mismo. Sin poder ver a su alrededor, advirtió vívidamente que él era un cuerpo, que estaba allí y no en otro lugar. Al ignorar la expansión de la noche, ignoró la expansión y decidió sentirse allí sin saber donde. Ruidos esporádicos, ecos viajando de lejos lo llevaron a disfrutar del sosiego de la vulnerabilidad. Sus manos acariciaron el pasto que hizo de manta. El olor de la tierra le recordó su procedencia: un mundo mucho más grande que su cuerpo. Pensó: “Mi Padre hizo todo en perfecta armonía". Redescubrió que la creación era buena y reposó aquella noche.

Con las piernas y los brazos estirados, las imágenes repetidas de cuerpos sanados y los de aquellos que no lo fueron, cesaron. Descansó. Las tinieblas lo arrullaron recordándole que él también era objeto de la misión de su Padre. Que podía ocultarse. Que podía escapar de la exposición, del conocimiento perfecto. Descansó sabiendo que podía huir de las buenas obras. De las promesas cumplidas. En la oscuridad pudo ser sólo un cuerpo y un alma recostado en la ignorancia, un ser reposando en la absoluta entrega, sin decir, sin hacer, sin planear. Reposó en el sueño que pareció empezar sin necesidad de cerrar los ojos. Recuerdos despreocupados de juegos infantiles, la sensación delas manos amorosas de su madre, los momentos sin prisa con amigos llenaron su corazón... descansó.

Horas de transitar por el apacible extravío de las tinieblas, sintió el ruido de la luz. Jesús, ya de mañana, despertó con el insistente llamado de un discípulo. Sin abrir los ojos aun, supo lo que sucedería en las siguientes horas e igualmente, los abrió. Al hacerlo se encontró con la mirada demandante que lo convocaba. Sintió su cuerpo desprenderse del amigable pasto y el Mesías, puesto de pie, inició su misión camino al siguiente pueblo.

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